Miremos a nuestro interior, y, si únicamente hallamos pecados, odiemos los pecados y deseemos la justicia. Cuando hubiéremos comenzado a odiar los pecados, ya el mismo odio de los pecados comienza a hacernos semejantes a Dios, porque odiamos lo que odia Dios (San Agustín. Comentario al Salmo 84,15)
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