Aprender debe invitarnos a la suavidad de la verdad; en cambio, enseñar nos debe obligar la necesidad de la caridad. Es más deseable que pase esta necesidad por la cual el hombre enseña algo al hombre, para que todos nos dejemos enseñar por Dios (Respuesta a las ocho preguntas de Dulquicio 3,6).
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