La JORNADA MUNDIAL DE LAS MIGRACIONES, el día 15 de enero de 2012, llama nuestra atención para que miremos a los extranjeros y emigrantes que viven entre nosotros y también a aquellos que continuamente llegan, e incluso a los que conocemos solamente por las frecuentes noticias sobre ellos, presentes en todos los países del mundo.
Todos ellos son “una oportunidad y una gracia” - Cf. La Iglesia y los emigrantes, CEE. 2007 - para fortalecer nuestras comunidades, para vivir la caridad y para el desarrollo de nuestra sociedad.
Son personas con toda su dignidad y con el “derecho de salir en busca de mejores condiciones de vida” - Cf. Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial E., 2001 -. Sus personas y sus vidas nos obligan a abrirnos a un fenómeno migratorio mundial mucho más amplio, que debe ser atendido por los gobiernos y organizaciones internacionales con todo interés y respeto, e intentar remediar las causas y consecuencias, frecuentemente trágicas, de sus desplazamientos.
La Iglesia quiere estar siempre atenta al bien común y a estas necesidades y procura la comprensión y estima que merecen los emigrantes y refugiados, que representan además para nosotros a sus pueblos de origen y sus culturas, y que vivirán una fraternidad auténtica y pacífica si se integran en la comunidad y aportan lo mejor de si mismas.
Os invito ahora a hacer realidad esta fraternidad en medio de nosotros: que tanto los que llegan, como los que estamos aquí, los recibamos y formemos una gran familia. Por tanto: “¡salgamos al encuentro, abramos las puertas!”.
En las parroquias y los pueblos de Cádiz residen más de 50.000 extranjeros; y en Ceuta superan los 4.700. Están presentes en nuestras localidades, viven ya entre nosotros. Debemos salir a su encuentro y acogerles, ofrecerles aquello que facilite su vida y resuelva sus necesidades, como venís haciendo y como se intenta hacer a través de las parroquias y sus servicios, para ofrecerles nuestra amistad y facilitar la convivencia. Y, especialmente, debemos ofrecerle a Cristo y compartir nuestra fe.
Debemos evangelizar. El mandato de Jesús: “id al mundo entero y proclamad el evangelio” - Mc 16.15- nos exige ser misioneros a todos. Los inmigrantes necesitan particularmente compartir la fe, en ocasiones más viva que la de algunos de nosotros, en esta que es su propia Iglesia, donde nadie es extranjero, sino hermano. Ha sido su fortaleza más intensa para luchar y sobrevivir a las dificultades, su mejor lazo y apoyo con los demás. Ellos merecen nuestro consuelo. Otros muchos, sin embargo, pueden encontrar en nosotros una valiosa ayuda en su búsqueda del sentido de su vida.
La nueva situación de los inmigrantes entre nosotros debe despertar en cada uno el entusiasmo y la valentía para evangelizar, tal como lo vivieron las primeras comunidades cristianas, todas aquellas que, a lo largo de la historia de la Iglesia, fueron generosas y vivas. ¡Cuantas conversiones se han dado a lo largo de la historia gracias a este encuentro inesperado con cristianos caritativos y que fueron acogedores, testigos espléndidos!
El Santo Padre Benedicto XVI nos llama este año a emprender la nueva evangelización también con los emigrantes, que salen de sus países buscando mejores condiciones de vida pero se encuentran con un mundo secularizado que entroniza el egoísmo como principio director de la vida, y que pretende borrar a Dios de su existencia y todo rastro de su presencia pública. Nuestra fe, si es viva y con una caridad operativa, debe hacerse patente para que se vean reconfortados, en especial cuantos son ya cristianos, con una acogida eclesial y con el mayor de los consuelos.
Todos esperan acogida, muestras de comprensión, ayuda real, y lo esperan de la caridad cristiana, signo permanente de nuestra identidad y el mejor puente de acercamiento, la mejor apología de la fe.
Llevemos la Buena Noticia del Evangelio con la iluminación de la Palabra de Dios, y acontecerá un encuentro con Dios vivo en la liturgia de la Iglesia y en el testimonio personal. Aunque demos todo lo que tenemos, bien poco da quien no da a Cristo.
También nuestra sociedad necesita de este testimonio para reencontrarse con el Señor Jesús. Los inmigrantes y la Iglesia les daremos esta oportunidad, una ocasión para contemplar el sentir católico de la Iglesia que dialoga y acoge las distintas culturas, etnias, regiones y lenguas con verdadera empatía, sin discriminación ni racismo alguno, y se ofrece con respeto y caridad, al anunciar la Buena Noticia del evangelio sin reserva, con su experiencia en humanizar y acogiendo lo bueno, lo bello y todo lo verdadero.
He visto el trabajo esforzado y eficaz del Secretariado de Migraciones de la Diócesis y sus variados servicios --como Tierra de Todos-- que ofrece a las parroquias y a las diferentes comunidades su apoyo para una labor local que cada uno debe hacer. Es patente su dedicación y entrega valiente por los más desvalidos que habitualmente cruzan el Estrecho en condiciones infrahumanas y con grave peligro. Agradezco públicamente su trabajo que es inspirador de iniciativas personales y una motivación permanente para todos.
Apelo ahora a vuestra conciencia cristiana y amor a Cristo, que quiere ser amado en los hermanos: que todos nos impliquemos en esta labor de evangelización.
A todas las parroquias, grupos eclesiales y a cuantos particulares puedan trabajar, os invito a:
- Abrir nuevos cauces de colaboración y ayuda a los emigrantes.
- Acoger a los que ya están viviendo entre nosotros.
- Compartir con ellos nuestra fe en Cristo, que es lo mejor que tenemos, y la riquísima vida de la Iglesia, invitándoles a nuestras celebraciones, catequesis, convivencias, etc., y asistiendo a sus familias, dándoles lo mejor de nosotros mismos y dejando que nos aporten la hondura de su testimonio.
- Cuidar decididamente a los jóvenes, necesitados de madurar su adhesión a Cristo y a la Iglesia.
¡Salgamos al camino, anunciemos la Buena Noticia, queridos amigos y hermanos, abramos nuestras puertas!
+Rafael Zornoza Boy,
Obispo de Cádiz y Ceuta
1 de enero de 2012
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