La gracia es del que llama, y las buenas obras siguen al que recibe la gracia; no producen ellas la gracia, antes bien, son fruto de la gracia. Pues no calienta el fuego para arder, sino porque arde; ni la rueda corre bien para que sea redonda, sino porque es redonda; de igual modo nadie obra bien para recibir la gracia, sino por haberla recibido (San Agustín. Cuestiones Diversas a Simpliciano 1,2,3).
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