miércoles, 19 de mayo de 2010

Reflexionemos sobre PENTECOSTÉS

Pentecostés: Vivir siempre en primavera

Pentecostés es la fiesta de la alegría, del fuego, el domingo en el que los creyentes nos sentimos orgullosos de Dios. Hay una frase del escritor, Jean Rostand: "Con frecuencia me pregunto si los que creen en Dios le buscan tan apasionadamente como nosotros, que no creemos pensamos en su ausencia".

La frase es tremenda. Porque efectivamente, hay ateos que buscan a Dios con angustia, con pasión, porque le necesitan y no consiguen encontrarle. Y uno se pregunta por qué los creyentes no parece que vivamos nuestra fe tan apasionadamente. Por qué hemos compaginado fe con aburrimiento en una especie de "anemia espiritual".

La fe es un terremoto, no una siesta. Un fuego, no una rutina. Viento no estancamiento. ¿Cómo se puede creer de verdad que Dios nos ama y no ser felices?

Con frecuencia uno escucha sermones y se asombra de que sean aburridos. Y lo malo no es que sean malos sermones, sino que sean aburridos, porque cuando uno aburre es que no siente lo que está diciendo.

Si observas las caras de la gente en misa, no puedes dejar de preguntarte: ¿Estas personas creen de verdad que Cristo se está haciendo presente en medio de ellas?

¡Qué difícil es encontrarte con creyentes de fe rebosante!

Pentecostés, es la fiesta del fuego: los discípulos de Jesús estaban aquel día tan tristes y aburridos como nosotros estamos. Creían, sí, pero creían entre vacilaciones. Y entonces descendió sobre ellos el Espíritu Santo en forma de fuego. Y ardieron. Y salieron todos a predicar, dispuestos a dar sus vidas por aquella fe que creían.

¿Y nosotros? También hemos recibido el Espíritu el día de nuestro Bautismo y nuestra Confirmación. No se nos ha dado menos fuego, menos Espíritu, que a los apóstoles el día de Pentecostés. San Juan lo dice: "Dios no da el Espíritu con tacañería".

¿Qué hemos hecho con Él? Sí, amigos: es hora de decir al mundo que nos sentimos felices y orgullosos de ser cristianos. Que nos avergüenza serlo tan mediocremente. Pero que sabemos que la fuerza de Dios es aún más grande que nuestra mediocridad. Y que, a pesar de todas nuestras estupideces, la Iglesia es magnífica, porque todos nuestros pecados manchan tan poco a la Iglesia como las manchas al sol. Y que, a pesar de todo, Cristo está en medio de nosotros como el sol, brillante, luminoso, feliz. Sí, ser cristiano es vivir siempre en primavera.

1 comentario:

Miserere mei Domine dijo...

Estupenda reflexión Francisco :) :)

Personalmente, me gusta pensar en Pentecostés como una segunda navidad. En la primera rememoramos el nacimiento de Cristo,.. en Pentecostés rememoramos que el Espíritu de Dios se derramó en los Apóstoles.

Si en la primera Navidad Cristo se encarnó en el mundo... en Pentecostés Dios llenó a un conjunto de temerosos discpulos.. convirtiéndolos en verdaderos Apóstoles.

Cabría preguntarnos ¿Por qué hoy en día somos tan reacios a pedir que Dios se derrame en nosotros? El tema da para reflexionar un rato

Un abrazo :)