El camino de reflexión que estamos recorriendo juntos en este Año de la Fe nos lleva a meditar hoy sobre un aspecto fascinante de la experiencia humana y cristiana: el hombre lleva en sí mismo un misterioso deseo de Dios. […]
En mi primera encíclica, Deus caritas est, intenté analizar cómo dicho dinamismo se hace realidad en la experiencia del amor humano, experiencia que en nuestra época se percibe con más facilidad como momento de éxtasis, de salida de sí, como lugar en el que el hombre se siente atravesado por un deseo que lo supera. Mediante el amor, el hombre y la mujer experimentan de manera nueva, uno gracias al otro, la grandeza y la belleza de la vida y de lo real. Si lo que experimento no es mera ilusión, si quiero de verdad el bien del otro también como camino que lleva a mi bien, entonces tengo que estar dispuesto a de-centrarme, a ponerme al servicio de él, hasta renunciar a mí mismo. La respuesta a la cuestión sobre el sentido de la experiencia del amor pasa, pues, por la purificación y la sanación del querer, exigida por el mismo bien que se quiete para el otro. Hay que ejercitarse, entrenarse e incluso corregirse para que este bien pueda realmente ser querido.
De esta manera el éxtasis inicial se traduce en peregrinación, en “camino permanente, como un salir del yo cerrado en sí mismo hacia su liberación en la entrega de sí y, precisamente de este modo, hacia el reencuentro consigo mismo, más aún, hacia el descubrimiento de Dios” (Deus caritas est n. 6) A través de este camino, el ser humano podrá ahondar de manera progresiva en el conocimiento del amor que había experimentado inicialmente. E irá perfilándose también cada vez más el misterio que é
este representa: y es que ni siquiera la persona amada puede saciar el deseo que habita en el corazón human; antes bien, cuanto más auténtico es el amor al otro, tanto más deja que se desvele el interrogante sobre su origen y su destino, sobre su posibilidad de durar siempre. Por consiguiente, la experiencia humana del amor lleva consigo un dinamismo que remite más allá de uno mismo; es experiencia de un bien que induce a salir de sí y a enfrentarse al misterio que envuelve toda la existencia.
(En las habituales Audiencias de Benedicto XVI, el Papa habla de la necesidad del amor en el ser humano y del matrimonio, con un texto importante, para meditar. Os proponemos parte del texto. (Miércoles 7/11/2012)
Gracias a Maximiliano de la Vega por enviarnos este texto.
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