Dos amores constituyeron estas dos ciudades. El amor de Dios constituye la ciudad de Jerusalén; el amor del mundo, la de Babilonia. Pregúntese a si mismo cada uno qué cosa ame, y se dará cuenta a qué ciudad pertenece; y, si ve que es ciudadano de Babilonia, extirpe en sí la codicia y plante la caridad. Si ve que es ciudadano de Jerusalén, tolere esta cautividad y espere la libertad (San Agustín. Comentario al Salmo 64,2).
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