No penséis, hermanos, que vosotros necesitáis de mis oraciones, pero yo no de las vuestras; recíprocamente tenemos necesidad de las oraciones de unos por otros, puesto que las mismas oraciones de unos por otros se encienden con la caridad y son un sacrificio de olor suavísimo que se ofrece al Señor desde el altar de la piedad (San Agustín, Sermón 305A,10).
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