domingo, 24 de junio de 2012

Benedicto XVI, relata su experiencia y participación en el Encuentro Mundial de Familias


Esta  es una preciosa  crónica, escrita por el mismo Benedicto XVI, sobre su experiencia y participación en el Encuentro Mundial de Familias recientemente  celebrada  en Milán. Transmitirla  a cuantas familias podáis. Es una forma de unirse a este acontecimiento de la Iglesia.

Un familiar abrazo.
Maxi de la Vega y Pruden Alonso
Dir. Sect. Pastoral Familiar



Queridos hermanos y hermanas:

“La familia, el trabajo y la fiesta” este ha sido el tema del VII Encuentro Mundial de Familias, que tuvo lugar hace unos días en Milán. Llevo aún en los ojos y en el corazón las imágenes y las emociones de tan inolvidable y maravilloso acontecimiento, que ha transformado Milán en una ciudad de las familias, con núcleos familiares procedentes del mundo entero, unidos por la alegría de creer en Jesucristo. Estoy profundamente agradecido a Dios por permitirme vivir esta cita “con” las familias y “por” la familia. En cuantos me han escuchado durante estos días he hallado una disposición sincera a acoger y a testimoniar el “Evangelio de la familia”. Sí, porque no hay futuro para la humanidad sin la familia; especialmente los jóvenes, para aprender los valores que dan sentido a la existencia, necesitan nacer y crecer en una comunidad de vida y de amor que Dios mismo ha querido para el hombre y para la mujer.


El encuentro con las numerosas familias procedentes de los distintos continentes me ha brindado la dichosa ocasión de visitar por primera vez como sucesor de Pedro la archidiócesis de Milán. Me acogieron con gran cordialidad –por lo que les estoy profundamente agradecido- el cardenal Angelo Scola, los presbíteros y todos los fieles, así como el alcalde y las demás autoridades. Así pude experimentar de cerca la fe del pueblo ambrosiano, rico en historia, en cultura, en humanidad y en caridad activa. En la Piazza del Duomo, símbolo y corazón de la ciudad, tuvo lugar la primera cita de esta intensa visita pastoral de tres días. No puedo olvidar el caluroso abrazo de la muchedumbre de Milán y de los participantes en el VII Encuentro Mundial de Familias; un abrazo que me ha acompañado después por todo el itinerario de mi visita, con las calles atestadas de gente. Una multitud de familias en fiesta, que con sentimientos de honda participación se unió particularmente al saludo afectuoso y solidario que quise dirigir de inmediato a cuantos necesitan ayuda y consuelo y están afligidos por varias preocupaciones, especialmente alas familias más afectadas por la crisis económica y a las queridas poblaciones víctimas del terremoto. En este primer encuentro con la ciudad quise hablar ante todo al corazón de los fieles ambrosianos, exhortándolos a vivir la fe en su experiencia personal y comunitaria, privada y pública, con vistas a fomentar un “bien-estar” auténtico partiendo de la familia, que hay que redescubrir como patrimonio fundamental de la humanidad.

¡Desde las alturas de la catedral, la imagen de la Virgen con los brazos abiertos de par en par parecía acoger con maternal ternura a todas las familias de Milán y del mundo entero!

Milán me reservó después un saludo tan especial como noble en uno de los lugares más sugestivos y significativos de la ciudad: el Teatro alla Scala, donde se escribieron páginas importantes de la historia del país bajo el impulso de grandes valores espirituales e ideales. En este templo de la música, las notas de la Novena Sinfonía de Ludwing van Beethven dieron voz a la instancia de universalidad y de fraternidad que la Iglesia propone incansablemente una y otra vez al anunciar el Evangelio. Y precisamente al contraste, entre este ideal y los dramas de la historia, y a la exigencia de un Dios cercano, que comparta nuestros sufrimientos, hice referencia al final del concierto, dedicándolo a tantos hermanos y hermanas víctimas del terremoto. Subrayé que en Jesús de Nazaret Dios se hace cercano y lleva con nosotros nuestro sufrimiento. Al término de tan intenso momento artístico y espiritual, quise hacer referencia a la familia del tercer milenio, recordando que en la familia es donde se experimenta por vez primera que la persona humana no está creada para vivir encerrada en sí misma, sino en relación con los demás; y en la familia es donde se empieza a encender en el corazón la luz de la paz, para que ilumine este mundo nuestro.

Al día siguiente, en la catedral, abarrotada de sacerdotes, religiosos y religiosas y seminaristas, en presencia de muchos cardenales y de obispos que acudieron a Milán procedentes de varios países del mundo, celebré la Hora Tercia según la liturgia ambrosiana. Allí quise reafirmar el valor del celibato y de la virginidad consagrada, tan querida del gran San Ambrosio. Celibato y virginidad  en la Iglesia constituyen un signo luminoso del amor a Dios y a los hermanos, que arranca de una relación cada vez más íntima con Cristo en la oración y se expresa en la entrega completa de sí.

Un momento de gran entusiasmo fue, seguidamente, el de la cita del Estadio de Meazza, donde experimenté el abrazo de una muchedumbre de chicos y chicas que este año han recibido  van a recibir el sacramento de la confirmación. La cuidada preparación del acto, con textos y oraciones significativos, y las coreografías, hicieron aún más sugestivo el encuentro. Invité a los muchachos ambrosianos a decir un “sí” libre y consciente al Evangelio de Jesús, acogiendo los dones del Espíritu Santo que les permiten formarse como cristianos, vivir el Evangelio y ser miembros activos de la comunidad. Los animé a estar ocupados, especialmente en el estudio y en el servicio generoso al prójimo.

El encuentro con las representaciones de las autoridades institucionales, de los empresarios y de los trabajadores, del mundo de la cultura y de la educación y de la sociedad milanesa y lombarda me permitió poner de relieve la importancia de que la legislación y la labor de las instituciones estatales estén el servicio y par la defensa de la persona en sus múltiples aspectos, empezando por el derecho a la vida, cuya supresión deliberada jamás  debe ser permitida, y por el reconocimiento de la identidad propia de la familia, basada en el matrimonio entre un hombre y una mujer.

Tras esa última cita dedicada a la diócesis y a la ciudad, acudí a la gran zona del Parco Nord, en territorio de Bresso, donde participé en la cautivadora Fiesta de los Testimonios, titulada “One worl, family, love”. Allí tuve la alegría de reunirme  con miles de personas, con un inmenso abanico de familias italianas y del mundo entero, reunidas ya desde primera hora de la tarde en un clima festivo y de cordialidad auténticamente familiar. Respondiendo a las preguntas de algunas familias, surgidas de su vida y de sus experiencias, quise dar fe del diálogo abierto que existe entre las familias y la Iglesia, entre el mundo y la Iglesia. Me impresionaron mucho los emotivos testimonios de cónyuges y de hijos de distintos continentes sobre temas cruciales e nuestro tiempo: la crisis económica, la dificultad de conciliar los tiempos de trabajo con los de la familia, la proliferación de separaciones y divorcios, así como los interrogantes existenciales que afectan a adultos, jóvenes y niños. Quisiera recordar aquí lo que reafirmé en defensa del tiempo de la familia, amenazado por una especie de “prepotencia” de los compromisos laborales: el domingo es el día del Señor y del ser humano, día en el que todos deben poder ser libres, libres para la familia y libres para Dios. ¡Al defender el domingo, defendemos la libertad del ser humano!

La santa misa del  domingo 3 de junio, que clausuraba el VII Encuentro Mundial de Familias, contó con la participación de una inmensa asamblea orante que llenó por completo la zona del aeropuerto de Bresso,  que se convirtió en una especie de gran catedral al aire libre, gracias también a la reproducción de las maravillosas vidrieras polícromas de la catedral que dominaban el escenario. Ante aquella miriada de fieles procedentes de diferentes naciones y profundamente partícipes de una liturgia muy esmerada,  lancé un llamamiento a edificar comunidades eclesiales que sean cada vez más familia, capaces de reflejar la belleza de la Santísima Trinidad y de evangelizar no solo con la palabra, sino por irradiación, con el poder del amor vivido, ya que el amor es la única fuerza capaz de transformar el mundo. Subrayé además la importancia de la “triada” familia, trabajo y fiesta. Son tres dones de Dios, tres dimensiones de nuestra existencia que han de alcanzar un equilibrio armónico para construir sociedades de rostro humano.

Siento una profunda gratitud por estas fantásticas jornadas milanesas. Gracias al cardenal Ennio Antonelli y al Pontificio Consejo para la Familia; a todas las autoridades, por su presencia y colaboración en el evento; gracias también al presidente del Consejo de Ministros de la República Italiana por participar en la santa misa del domingo. Y reitero un agradecimiento cordial a las diferentes instituciones que han cooperado generosamente con la Santa Sede y con la archidiócesis de Milán en la organización del Encuentro, que ha tenido un gran éxito pastoral y eclesial y amplia resonancia en todo el mundo, ya que ha reunido en Milán a mas de un millón de personas que durante varios días han invadido pacíficamente sus calles, testimoniando la belleza de la familia, esperanza de la humanidad.

El Encuentro mundial de Milán ha constituido, pues, una elocuente “epifanía” de la familia, que se ha mostrado en la variedad de sus expresiones, pero también en la unicidad de su identidad sustancial: la de una comunión de amor basada en el matrimonio y llamada a ser santuario de la vida, pequeña Iglesia, célula de la sociedad.
Dese Milán se ha lazado al mundo entero un mensaje de esperanza, materializado en experiencias vividas: es posible y es motivo de gozo, aun con toda su exigencia,  vivir el amor fiel, “para siempre”, abierto a la vida; es posible participar como familias en la misión de la Iglesia y en la construcción de la sociedad.

Que con la ayuda de Dios y la protección especial de María Santísima, Reina de la Familia, la experiencia vivida en Milán aporte frutos abundantes al camino de la Iglesia y auspicie una mayor atención a la causa de la familia, que es la misma causa del ser humano y de la civilización.  Gracias.

Tomado de  ECCLESIA. 16 de junio de 2012
Sect. Past. Familiar Diócesis de Cádiz y Ceuta 

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