Esta es una preciosa crónica, escrita por el mismo Benedicto XVI, sobre su experiencia y participación en el Encuentro Mundial de Familias recientemente celebrada en Milán. Transmitirla a cuantas familias podáis. Es una forma de unirse a este acontecimiento de la Iglesia.
Un familiar abrazo.
Maxi de la Vega y Pruden Alonso
Dir. Sect. Pastoral Familiar
Queridos
hermanos y hermanas:
“La familia, el trabajo y la fiesta”
este ha sido el tema del VII Encuentro Mundial de Familias, que tuvo lugar hace unos días en Milán. Llevo aún en
los ojos y en el corazón las imágenes y las emociones de tan inolvidable y
maravilloso acontecimiento, que ha transformado Milán en una ciudad de las
familias, con núcleos familiares procedentes del mundo entero, unidos por la alegría de creer en
Jesucristo. Estoy profundamente agradecido a Dios por permitirme vivir esta
cita “con” las familias y “por” la familia. En cuantos me han escuchado durante
estos días he hallado una disposición sincera a acoger y a testimoniar el “Evangelio
de la familia”. Sí, porque no hay futuro
para la humanidad sin la familia; especialmente los jóvenes, para aprender los
valores que dan sentido a la existencia, necesitan nacer y crecer en una
comunidad de vida y de amor que Dios mismo ha querido para el hombre y para la
mujer.
El
encuentro con las numerosas familias procedentes de los distintos continentes
me ha brindado la dichosa ocasión de visitar por primera vez como sucesor de
Pedro la archidiócesis de Milán. Me acogieron con gran cordialidad –por lo que
les estoy profundamente agradecido- el cardenal Angelo Scola, los presbíteros y
todos los fieles, así como el alcalde y las demás autoridades. Así pude
experimentar de cerca la fe del pueblo ambrosiano, rico en historia, en
cultura, en humanidad y en caridad activa. En la Piazza del Duomo, símbolo y
corazón de la ciudad, tuvo lugar la primera cita de esta intensa visita
pastoral de tres días. No puedo olvidar el caluroso abrazo de la muchedumbre de
Milán y de los participantes en el VII Encuentro Mundial de Familias; un abrazo
que me ha acompañado después por todo el itinerario de mi visita, con las
calles atestadas de gente. Una multitud de familias en fiesta, que con
sentimientos de honda participación se unió particularmente al saludo afectuoso
y solidario que quise dirigir de inmediato a cuantos necesitan ayuda y consuelo
y están afligidos por varias preocupaciones, especialmente alas familias más
afectadas por la crisis económica y a las queridas poblaciones víctimas del
terremoto. En este primer encuentro con
la ciudad quise hablar ante todo al corazón de los fieles ambrosianos,
exhortándolos a vivir la fe en su experiencia personal y comunitaria, privada y
pública, con vistas a fomentar un “bien-estar” auténtico partiendo de la
familia, que hay que redescubrir como patrimonio fundamental de la humanidad.
¡Desde
las alturas de la catedral, la imagen de la Virgen con los brazos abiertos de
par en par parecía acoger con maternal ternura a todas las familias de Milán y
del mundo entero!
Milán
me reservó después un saludo tan especial como noble en uno de los lugares más
sugestivos y significativos de la ciudad: el Teatro alla Scala, donde se
escribieron páginas importantes de la historia del país bajo el impulso de
grandes valores espirituales e ideales. En este templo de la música, las notas
de la Novena Sinfonía de Ludwing van Beethven dieron voz a la instancia de
universalidad y de fraternidad que la Iglesia propone incansablemente una y
otra vez al anunciar el Evangelio. Y precisamente al contraste, entre este
ideal y los dramas de la historia, y a la exigencia de un Dios cercano, que
comparta nuestros sufrimientos, hice referencia al final del concierto,
dedicándolo a tantos hermanos y hermanas víctimas del terremoto. Subrayé que en
Jesús de Nazaret Dios se hace cercano y lleva con nosotros nuestro sufrimiento.
Al término de tan intenso momento artístico y espiritual, quise hacer
referencia a la familia del tercer milenio, recordando que en la familia es donde se experimenta por vez primera que
la persona humana no está creada para vivir encerrada en sí misma, sino en
relación con los demás; y en la familia es donde se empieza a encender en el
corazón la luz de la paz, para que ilumine este mundo nuestro.
Al
día siguiente, en la catedral, abarrotada de sacerdotes, religiosos y
religiosas y seminaristas, en presencia de muchos cardenales y de obispos que
acudieron a Milán procedentes de varios países del mundo, celebré la Hora
Tercia según la liturgia ambrosiana. Allí quise reafirmar el valor del celibato
y de la virginidad consagrada, tan querida del gran San Ambrosio. Celibato y
virginidad en la Iglesia constituyen un
signo luminoso del amor a Dios y a los hermanos, que arranca de una relación
cada vez más íntima con Cristo en la oración y se expresa en la entrega
completa de sí.
Un
momento de gran entusiasmo fue, seguidamente, el de la cita del Estadio de
Meazza, donde experimenté el abrazo de una muchedumbre de chicos y chicas que
este año han recibido van a recibir el
sacramento de la confirmación. La cuidada preparación del acto, con textos y
oraciones significativos, y las coreografías, hicieron aún más sugestivo el
encuentro. Invité a los muchachos
ambrosianos a decir un “sí” libre y consciente al Evangelio de Jesús, acogiendo
los dones del Espíritu Santo que les permiten formarse como cristianos, vivir
el Evangelio y ser miembros activos de la comunidad. Los animé a estar
ocupados, especialmente en el estudio y en el servicio generoso al prójimo.
El
encuentro con las representaciones de las autoridades institucionales, de los
empresarios y de los trabajadores, del mundo de la cultura y de la educación y
de la sociedad milanesa y lombarda me
permitió poner de relieve la importancia de que la legislación y la labor de
las instituciones estatales estén el servicio y par la defensa de la persona en
sus múltiples aspectos, empezando por el derecho a la vida, cuya supresión
deliberada jamás debe ser permitida, y
por el reconocimiento de la identidad propia de la familia, basada en el
matrimonio entre un hombre y una mujer.
Tras
esa última cita dedicada a la diócesis y a la ciudad, acudí a la gran zona del
Parco Nord, en territorio de Bresso, donde participé en la cautivadora Fiesta
de los Testimonios, titulada “One worl, family, love”. Allí tuve la alegría de
reunirme con miles de personas, con un
inmenso abanico de familias italianas y del mundo entero, reunidas ya desde
primera hora de la tarde en un clima festivo y de cordialidad auténticamente
familiar. Respondiendo a las preguntas de algunas familias, surgidas de su vida
y de sus experiencias, quise dar fe del
diálogo abierto que existe entre las familias y la Iglesia, entre el mundo y la
Iglesia. Me impresionaron mucho los emotivos testimonios de cónyuges y de hijos
de distintos continentes sobre temas cruciales e nuestro tiempo: la crisis
económica, la dificultad de conciliar los tiempos de trabajo con los de la
familia, la proliferación de separaciones y divorcios, así como los
interrogantes existenciales que afectan a adultos, jóvenes y niños. Quisiera
recordar aquí lo que reafirmé en defensa del tiempo de la familia, amenazado
por una especie de “prepotencia” de los compromisos laborales: el domingo es el
día del Señor y del ser humano, día en el que todos deben poder ser libres,
libres para la familia y libres para Dios. ¡Al defender el domingo, defendemos
la libertad del ser humano!
La
santa misa del domingo 3 de junio, que
clausuraba el VII Encuentro Mundial de Familias, contó con la participación de
una inmensa asamblea orante que llenó por completo la zona del aeropuerto de
Bresso, que se convirtió en una especie
de gran catedral al aire libre, gracias también a la reproducción de las
maravillosas vidrieras polícromas de la catedral que dominaban el escenario.
Ante aquella miriada de fieles procedentes de diferentes naciones y
profundamente partícipes de una liturgia muy esmerada, lancé
un llamamiento a edificar comunidades eclesiales que sean cada vez más familia,
capaces de reflejar la belleza de la Santísima Trinidad y de evangelizar no
solo con la palabra, sino por irradiación, con el poder del amor vivido, ya que
el amor es la única fuerza capaz de transformar el mundo. Subrayé además la
importancia de la “triada” familia, trabajo y fiesta. Son tres dones de Dios,
tres dimensiones de nuestra existencia que han de alcanzar un equilibrio
armónico para construir sociedades de rostro humano.
Siento
una profunda gratitud por estas fantásticas jornadas milanesas. Gracias al
cardenal Ennio Antonelli y al Pontificio Consejo para la Familia; a todas las
autoridades, por su presencia y colaboración en el evento; gracias también al
presidente del Consejo de Ministros de la República Italiana por participar en
la santa misa del domingo. Y reitero un agradecimiento cordial a las diferentes
instituciones que han cooperado generosamente con la Santa Sede y con la
archidiócesis de Milán en la organización del Encuentro, que ha tenido un gran
éxito pastoral y eclesial y amplia resonancia en todo el mundo, ya que ha
reunido en Milán a mas de un millón de personas que durante varios días han
invadido pacíficamente sus calles, testimoniando la belleza de la familia,
esperanza de la humanidad.
El
Encuentro mundial de Milán ha constituido, pues, una elocuente “epifanía” de la familia, que se ha mostrado en la variedad
de sus expresiones, pero también en la unicidad de su identidad sustancial: la
de una comunión de amor basada en el matrimonio y llamada a ser santuario de la
vida, pequeña Iglesia, célula de la sociedad.
Dese
Milán se ha lazado al mundo entero un mensaje de esperanza, materializado en
experiencias vividas: es posible y es
motivo de gozo, aun con toda su exigencia,
vivir el amor fiel, “para siempre”, abierto a la vida; es posible
participar como familias en la misión de la Iglesia y en la construcción de la
sociedad.
Que
con la ayuda de Dios y la protección especial de María Santísima, Reina de la
Familia, la experiencia vivida en Milán aporte frutos abundantes al camino de
la Iglesia y auspicie una mayor atención a la causa de la familia, que es la
misma causa del ser humano y de la civilización. Gracias.
Tomado
de ECCLESIA. 16 de junio de 2012
Sect.
Past. Familiar Diócesis de Cádiz y Ceuta
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