Señor, Dios, llama para que nos acerquemos a ti, afiánzanos para que no nos alejemos. Renueva a tus hijos, convirtiéndolos, de niños en ancianos; pero no de ancianos en muertos. Es lícito, en efecto, envejecer en esta sabiduría, pero no morir (San Agustín. Sermón 225,4)
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