1.- La voz de Dios en el grito silencioso de los parados
Queridos fieles sacerdotes, laicos y todos los cristianos de la diócesis de Cádiz y Ceuta. Nos urge la caridad. La altísima cifra oficial de parados en España –cinco millones trescientos mil nos ha sobrecogido a todos. En nuestra tierra, como bien sabéis, el índice es aún mayor. se trata de la cota más alta de nuestra historia, por desgracia. Hay que añadir, además, que más de un millón y medio de parados han dejado de percibir el subsidio de desempleo. Los pronósticos de futuro, al mismo tiempo, no son nada halagüeños: va a crecer seguramente en los próximos meses, y se constata y pronostica como algo endémico de nuestra sociedad.
El paro, «cáncer terrible de nuestra sociedad», no es un mal cualquiera, porque, además del hambre y de la miseria, de las humillaciones y frustraciones, de las crisis familiares, o de las desesperanzas que produce, hiere a nuestros hermanos en lo más profundo de su dignidad humana. Sienten que se les ha despojado de su dignidad al verse privados de un trabajo con una cierta estabilidad con el que desarrollar su vida, sus capacidades, formar una familia, construir algo bello. Pero nos hemos ido acostumbrando y nos domina la indiferencia, la apatía y el fatalismo. No se puede negar que factores técnicos son causa del paro. Pero también lo es en una gran medida la falta de solidaridad en nuestras sociedades. son patentes muestras de ella, la acumulación de empleos, los salarios exorbitantes y no justificados, el consumismo, la aplicación de ingentes medios económicos a la satisfacción del lujo, el derroche sin sentido, y sobre todo, la pérdida del sentido de los valores morales que lleva a subordinar a los intereses económicos, el bien del hombre y de la sociedad. El paro es el fruto de un orden de cosas que hace de lo económico el valor supremo, un dios.
Nadie puede sentirse espectador desde fuera ante el paro. El santo Padre en su Mensaje para la Cuaresma de este año nos advierte de este peligro:
Nuestra exhortación invita a fijar la mirada en el otro, ante todo en Jesús, y a estar atentos los unos a los otros, a no mostrarse extraños, indiferentes a la suerte de los hermanos. Sin embargo, con frecuencia prevalece la actitud contraria: la indiferencia o el desinterés, que nacen del egoísmo, encubierto bajo la apariencia del respeto por la «esfera privada». También hoy resuena con fuerza la voz del Señor que nos llama a cada uno de nosotros a hacernos cargo del otro. Hoy Dios nos sigue pidiendo que seamos «guardianes» de nuestros hermanos.
El paro juzga a una sociedad como la nuestra. Más aún, el paro condena a un mundo como el nuestro. Sé que muchos de vosotros tenéis una gran sed de solidaridad y justicia. Especialmente los jóvenes. Y también sé hasta qué punto la desesperanza y el derrotismo os tientan. Pero también he sido testigo en estos meses de la ingente obra que muchos de vosotros realizáis en vuestras parroquias, asociaciones, cofradías, por no hablar de las congregaciones religiosas y sobre todo de Cáritas. Sois un testimonio lleno de vida ante una sociedad que necesita de Cristo más que nunca.
2.- La respuesta de Dios: nuestra caridad
La caridad es el amor de Cristo acogido y vivido por nosotros, discípulos del señor, que crea necesariamente una cultura nueva. De ella nacen las acciones caritativas y el verdadero desarrollo.
La crisis actual, enraizada en una profunda crisis moral y de valores, pone de manifiesto la miseria de una cultura basada sólo en la técnica y la simple política, es decir “el absolutismo de la técnica” que pone en entredicho el progreso, entendido como simple riqueza y poder, y que puede volverse contra el hombre.
Los que conocemos la caridad de Cristo estamos llamados a un servicio constructivo que genera un progreso verdaderamente humano, que reclama la centralidad de la persona, de su razón y su libertad, ordenando rectamente las realidades humanas.
El santo Padre en Encíclica Caritas in veritate ha propuesto con valentía la novedad de la experiencia de la comunión cristiana como el auténtico motor que puede regenerar nuestra sociedad por el principio de gratuidad:
Al ser un don recibido por todos, la caridad en la ver- dad es una fuerza que funda la comunidad, unifica a los hombres de manera que no haya barreras o confines. La comunidad humana puede ser organizada por nosotros mismos, pero nunca podrá ser sólo con sus propias fuerzas una comunidad plenamente fraterna ni aspirar a superar las fronteras, o convertirse en una comunidad universal. La unidad del género humano, la comunión fraterna más allá de toda división, nace de la palabra de Dios-Amor que nos convoca. Al afrontar esta cuestión decisiva, hemos de precisar, por un lado, que la lógica del don no excluye la justicia ni se yuxtapone a ella como un añadido externo en un segundo momento y, por otro, que el desarrollo económico, social y político necesita, si quiere ser auténticamente humano, dar espacio al principio de gratuidad como expresión de fraternidad. (n. 34)
Es evidente que este amor exigente reclama, primero de todo, nuestra conversión personal, que ha de renovar un gran “si” al amor sin reduccionismo, superando el pecado de egoísmo y la banalización.
Por eso debemos volver continuamente a la propia conciencia, a la exigencia del amor en todos los ámbitos de la vida, y a la experiencia del perdón, es decir, a reconocernos pecadores y, después de recibir la gracia de Dios que nos identifica con Cristo, amar con santidad de vida, con entrega y generosidad capaz, no sólo de dar las cosas, sino a sí mismo.
Solamente este amor consecuente y gratuito puede hacerse responsable del mundo y favorecer el bien social, el orden justo que respeta la familia, la vida, el trabajo, etc. porque ama a cada uno como el señor nos amó.
3.- Propuestas concretas
1.- La confesión de los pecados, fuente de misericordia
Para ser renovados por el Espíritu santo debemos, en primer lugar, dejarnos purificar por su Amor en el sacramento de la Reconciliación. sabemos bien que el fruto de este sacramento no es sólo el perdón sino también el crecimiento de la caridad y la paz. un amor que corrige nuestro egoísmo y una paz que se hace extensiva. La paz de sabernos amados en cualquier circunstancia. Esta gracia nos capacita para acoger así a nuestros hermanos, especialmente los que sufren, transmitiéndoles con nuestra solidaridad el Amor que puede llenar de paz sus vidas tantas veces angustiadas sabiéndose amados también en su situación de paro o dificultad.
2.- La caridad comunitaria organizada
Nuestra conversión debe expresarse en actos concretos de amor, de penitencia y de reparación, individuales y comunitarios.
Comunitariamente os propongo poner en práctica las conclusiones de la IV Asamblea de Cáritas que tuvo lugar recientemente en Benalup-Casas Viejas y que adjunto a esta carta. La experiencia de los voluntarios de Cáritas nos asegura que en la base de los problemas de las personas atendidas casi siempre hay un drama familiar: rupturas, soledad,… Por ello la propuesta de este año es apoyar a esas familias y ofrecer la gran experiencia de la Iglesia Familia, donde todos tenemos un lugar. Es éste un gran reto para nuestras comunidades cristianas. Las familias soportan hoy la mayor carga social y dan testimonio de una caridad ejemplar. Muchas ayudan a sus miembros. También las Cáritas parroquiales están siendo un pilar fundamental. Sin duda se verán favorecidas con la nuevas indicaciones aprobadas en Benalup-Casas Viejas. Pero necesitan de nuestra ayuda.
Debemos intentar que cada Cáritas parroquial sea la expresión y el reflejo de la comunidad cristiana que ama y responde organizadamente a las necesidades más próximas con la comunicación cristiana de todos. La nueva evangelización tiene su motor en el amor de Cristo que nos urge como a El le urge la salvación de cada uno de esos hermanos. Este profundo “ensanchamiento” es congruente con el camino cuaresmal pues es justamente el Misterio de nuestra salvación lo que celebramos en el triduo Pascual hacia el que nos encaminamos durante estos cuarenta días.
3.- Una aportación personal
Hay otro modo de respuesta individual, dependiendo de las circunstancias personales de cada uno y de cada familia. Os propongo una bella tradición que he encontrado entre vosotros al llegar a nuestra querida diócesis. Desde el Miércoles de Ceniza se reparte en las parroquias una hucha a cada fiel de modo que durante toda la Cuaresma pueda ir acumulando el fruto de sus ayunos y privaciones y darlo, juntos, como ofrenda, el jueves santo, día del amor fraterno.
Os exhorto a vivir este año esta eficiente tradición de forma renovada y añadir, en la medida de vuestras posibilidades, la ofrenda del diezmo, de tanta raigambre en la tradición cristiana, de modo que una parte del sueldo del mes pueda entregarse en solidaridad con aquellos que no lo pueden recibir por la falta de oportunidad para ganarlo. Invito especialmente a los sacerdotes a hacer este gesto testimonial de caridad, expresión sencilla de su vida enteramente entregada por Cristo y el Evangelio que da siempre “el ciento por uno, aquí en la tierra y la vida eterna”. Para este fin, desde hace años, existe la cuenta de solidaridad que en esta situación actual Cáritas distribuirá para atender mejor a los afectados por el desempleo.
Deseo que el camino que comenzamos en esta Cuaresma de ayuno, oración y limosna nos asocie al Misterio de la Muerte y Resurrección de Cristo que siendo rico se hizo pobre para enriquecernos a todos y que su misericordia rebose en nuestras vidas de modo que todos perciban así la cercanía de su Amor.
Deseo mucho que esta carta os ayude a caminar en esta Cuaresma hacia la celebración del Misterio Pascual que cada año vuelve a renovar la gracia bautismal que dentro de nosotros nos capacita para vivir como auténticos hijos de Dios y amar con la misma fuerza que Cristo, con la fuerza de su Espíritu santo.
Invoco sobre todos vosotros la protección de Nuestra Madre y os bendigo de todo corazón.
Vuestro Obispo y Pastor,
+Rafael Zornoza Boy, Obispo de Cádiz y Ceuta
No hay comentarios:
Publicar un comentario