No debemos repudiar la amistad de nadie que se interfiere para anudar una verdadera amistad; no para aceptarlo inmediatamente, sino para que se haga querer quien ha de ser recibido y sea tratado de modo que pueda ser recibido. Porque nosotros podemos llamar amigo a aquel a quien nos atrevemos a confiar todos nuestros sentimientos (San Agustín. Ochenta y dos Cuestiones 71,6)
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