Mira, evangelizar a un hombre es decirle: “Tú también eres amado de Dios en el Señor Jesús”. No solo decirlo, sino pensarlo realmente. Y no solo pensarlo, sino portarse con ese hombre de tal manera que se sienta y descubra que hay en él algo de salvado, algo más noble de lo que él pensaba, y se despierte así a una nueva conciencia de sí.
Eso es anunciarle la Buena Noticia y eso no podemos hacerlo más que ofreciéndole nuestra amistad; una amistad real, sin condescendencias, hecha de confianza y de estimas profundas.
Es preciso ir hacia los hombres. La tarea es delicada. El mundo de los hombres es un inmenso campo de lucha por la riqueza y el poder, y demasiados sufrimientos y atrocidades les oculta el rostro de Dios.
Es preciso, sobre todo, que al ir hacia ellos no les parezcamos como una nueva especie de competidores. Debemos ser en medio de ellos testigos pacíficos del Todopoderoso, hombres sin avaricia y sin desprecios, capaces de hacerse realmente amigos. Es nuestra amistad lo que ellos esperan, una amistad que les haga sentir que son amados de Dios y salvados de Jesucristo.
Texto tomado del libro “Sabiduría de un Pobre” de Eloy Leclerc
Gracias a Maximiliano de la Vega por enviarnos el texto
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