Como el sol se muestra apacible al que tiene ojos nítidos, sanos y vigorosos, y al que los tiene enfermos como si lanzase dardos irritantes, vigorizando al primero al contemplarlo y atormentando al segundo, sin cambiarse el sol, pero cambiando el hombre, así, al comenzar tú a ser perverso, te parece que Dios también lo es. Tú te cambiaste, no Dios. Luego lo que es gozo para los buenos será para ti amargura (San Agustín, Comentario al Salmo 72,7)
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