Dios, no por la ley y la doctrina que resuena exteriormente, sino por el interno y oculto, admirable e inefable poder, obra en los corazones de los hombres no sólo verdaderas revelaciones, sino también buenas voluntades (San Agustín. Tratado sobre la Gracia de Jesucristo y el pecado original 1,24,25).
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