lunes, 25 de febrero de 2013

Último Ángelus de Benedicto XVI. Domingo 24/02/2013


Queridos hermanos y hermanas:                          

En el segundo domingo de Cuaresma la Liturgia  nos presenta siempre el Evangelio de la Transfiguración  del Señor. El evangelista Lucas resalta de modo particular el hecho de que Jesús se transfiguró mientras oraba: la suya es una experiencia profunda de relación con el Padre durante una especie de retiro espiritual que Jesús vive en un monte alto en compañía de Pedro Santiago y Juan, los tres discípulos siempre presentes en los momentos de la manifestación divina del Maestro (Lc 5, 10; 8, 51; 9,28).  El Señor, que poco antes había preanunciado su muerte y resurrección (9, 22), ofrece a los discípulos un anticipo de su gloria. Y también la transfiguración, como en el bautismo, resuena la voz del Padre celestial: “”Este es  mijo, mi Elegido; escúchenlo”” (9, 35). Además, la presencia de Moisés y Elías, que representan la Ley y los Profetas de la Antigua Alianza, es sumamente significativa: toda la historia de la Alianza está orientada hacia Él, hacia Cristo, quien realiza un nuevo “”éxodo”” (9, 31), no hacia la tierra prometida en tiempos de Moisés, sino hacia el Cielo. La intervención de Pedro: “¡Maestro, que bello estar aquí!” (9,33) representa el intento imposible de demorar tal experiencia mística.  Comenta San Agustín: ““[Pedro]… en el monte…tenía a Cristo como alimento del alma. ¿Por qué habría que descender para regresar a las fatigas y a los dolores, mientras allá arriba estaba lleno de sentimientos de santo amor hacia Dios que le inspiraban, por tanto, una santa conducta?”” (Discurso 78, 3).Meditando este pasaje del Evangelio, podemos aprender una enseñanza muy importante. Ante todo, la primicia de la oración, sin la cual todo el empeño del apostolado y de la caridad se reduce a activismo. En la Cuaresma aprendemos a dar el justo tiempo a la oración, personal y comunitaria,  que da trascendencia a nuestra vida espiritual. Además, la oración no es aislarse del mundo y de sus contradicciones, como en el Tabor habría querido Pedro, sino que la oración reconduce al camino, a la acción. “”La existencia cristiana –he escrito en el Mensaje para esta Cuaresma- consiste en un continuo subir al monte del encuentro con Dios para después volver a bajar, trayendo el amor y la fuerza que derivan de éste, a fin de servir a nuestros hermanos y hermanas con el mismo amor de Dios” (n. 3). Queridos hermanos y hermanas, esta Palabra de Dios la siento de modo particular dirigida a mí,  en este momento de mi vida. El Seor me llama a “”subir al monte””,a dedicarme aún más a la oración y a la meditación. Pero esto no significa abandonar la Iglesia, es más, si Dios me pide esto es precisamente para que yo pueda seguir sirviéndola con la misma entrega y el mismo amor con el que lo he hecho hasta ahora, pero de modo más apto a piedad y a mis fuerzas. Invoquemos la intervención de la Virgen María, que ella nos ayude a todos a seguir siempre al Señor Jesús, en la oración y en la caridad activa.”

Gracias a Maximiliano de la Vega por enviarnos este texto

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