Esta escuela, en la que solamente Dios es el maestro, busca alumnos buenos, asiduos y aplicados. En esta escuela aprendemos cada día: una cosa en los preceptos, otra en el ejemplo y otra en los sacramentos. Todo esto es la medicación de nuestras heridas y el estímulo de nuestro celo. (San Agustín. Sermón 16A,1).
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