Han venido aquí como peregrinos desde muchas partes del mundo para profesar la fe delante de la tumba de San Pedro. Esta plaza les acoge y abraza: somos un solo pueblo, con una sola alma, convocados por el Señor, que nos ama y sostiene. Saludo también a todas las familias que están unidas a través de la televisión y de Internet: una plaza que se extiende sin confines.
Quisiera llamar a este momento “¡La familia vive la alegría de la fe!”. ¡Me gusta este título! He escuchado las excelencias de ustedes, los casos que han contado. Vi tantos niños, tantos abuelos… Sentí la tristeza de las familias que viven en situación de pobreza y de guerra. He oído a los jóvenes que se quieren casar, aún entre mil dificultades. Y entonces nos preguntamos: ¿Cómo es posible hoy, vivir la alegría de la familia en familia? ¿Es posible o no es posible vivir esta alegría?
En el evangelio de Mateo, hay una palabra de Jesús que nos ayuda: “Venid a Mi todos los que estáis cansados y oprimidos, que yo les aliviaré”. Muchas veces la vida es pesada y tantas veces trágica, lo hemos escuchado hace un momento. Trabajar es fatigoso: buscar trabajo es fatiga y encontrar trabajo hoy nos pide tanta fatiga.
Pero, aquello que más pesa en la vida, no es esto, lo que más pesa es la falta de amor. Pesa no recibir una sonrisa, no ser acogidos. Pesa ciertos silencios, a veces aún en familia, entre marido y esposa, entre padres e hijos, entre hermanos. Sin amor el cansancio se hace más pesado. Pienso en los ancianos solos, a las familias en dificultad porque no tienen ayuda para sostener a quienes en casa precisan de especiales atenciones y cuidados. “Venid a Mi todos los que están casados y oprimidos”, dice Jesús.
Queridas familias, el Señor conoce nuestros cansancios, los conoce así como las cargas de nuestra vida. Pero conoce también nuestro deseo profundo de hallar la alegría del alivio. ¿Se acuerdan? Jesús dijo: “Vuestra alegría sea plena”. Jesús quiere que nuestra alegría sea plena. Lo dijo a los apóstoles, y hoy lo repite a todos nosotros.
Así, esta es la primera cosa que quiero compartir con ustedes en esta tarde, y es una palabra de Jesús: “Venid a mi, familias de todo el mundo --dice Jesús—y yo les aliviaré para que vuestra alegría sea completa”.
Y esta palabra de Jesús llévenla a casa, en el corazón, compártanla en familia, él nos invita a ir hacia él para darnos a todos la alegría.
La segunda palabra, la tomo del rito del matrimonio. En este sacramento, quien se casa dice: “Prometo serte fiel, amarte y respetarte, en la alegría y en el dolor, en la salud y en la enfermedad y amarte y honrarte todos los días de nuestra vida”. En aquel momento, los esposos no saben qué sucederá, no saben cuáles son las alegrías y las tristezas que les esperan. Parten, como Abraham: se ponen juntos en camino. Esto es el matrimonio, partir, caminar juntos, con las manos juntas, poniéndose en la mano grande del Señor. Mano en la mano por toda la vida y sin hacer caso de esta cultura de lo provisional que nos corta la vida en pedazos.
Con esta confianza en la fidelidad de Dios, todo se enfrenta, sin miedo, con responsabilidad. Los esposos cristianos no son ingenuos, conocen los problemas y los peligros de la vida. Pero no tienen miedo en asumir la propia responsabilidad delante de Dios y de la sociedad. Sin huir ni aislarse, sin renunciar a la misión de formar una familia y traer al mundo hijos.
Pero hoy, Salto Padre, es difícil. ¡Seguro que es difícil! ¡Por eso es necesario la gracia del sacramento! ¡Los sacramentos no sirven para decorar la vida: ¡qué lindo matrimonio, qué linda la ceremonia, qué linda la fiesta! Eso no es la gracia del sacramento, eso es una decoración y la gracia no es para decorar la vida sino para hacernos fuertes en la vida, para hacernos corajosos y poder ir adelante! Sin aislarse, siempre juntos.
Los cristianos se casan sacramentalmente, porque son conscientes que necesitan el sacramento. Necesitan de este para vivir unidos entre sí y cumplir la misión de padres. En la alegría y el dolor, en la salud y la enfermedad. Así dicen los esposos en el matrimonio y rezan juntos y con la comunidad, ¿por qué? ¿Solamente porque es costumbre hacerlo Saji? No, lo hacen porque les sirve para el largo viaje que deben hacer juntos, no a tramos,. Necesitan de la ayuda de Jesús para caminar juntos con confianza, para acogerse uno al otro cada día y perdonarse cada día.
Y esto es importante en la familia, saber perdonarse, porque todos nosotros tenemos defectos, todos, y a veces hacemos cosas que no son buenas y hacen mal a los otros. Tener el coraje de pedir perdón en familia cuando nos equivocamos. Hace poscas semanas atrás recordé en esta plaza que para llevar adelante una familia es necesario usar tres palabras. Quiero repetir estas tres palabras: permiso, gracias y perdón. Tres palabras claves.
Pidamos permiso par ano ser invasores. En familia: ¿Puedo hacer esto, te gusta que haga esto? El lenguaje del permiso. Demos gracias; gracias por el amor, pero dime tú ¿cuántas veces al día le dices gracias a tu mujer o a tu marido? ¿Cuántos días pasan sin decir esta palabra: gracias.
Y todos nos equivocamos, y a veces alguno se ofende en la familia, o en el matrimonio. A veces, digo, vuelan los platos, se dicen palabras fuertes, pero escuchen este consejo: no terminen a jornada si hacer la paz, cada día. Disculpa y se recomienza. Permiso, gracias, perdón ¿Lo decimos juntos? Permiso, gracias, disculpa, usaremos estas tres palabras en familia. Perdonarse cada día.
En la vida, la familia experimenta muchos momentos hermosos: el descanso, la comida juntos, el paseo hasta el parque o por los campos, la visita a los abuelos, o a una persona enferma… pero si falta el amor, faltará la alegría, faltará la fiesta. Porque el amor nos lo dará siempre Jesús: él es la fuente inagotable y se da a nosotros en la Eucaristía. Allí en el sacramento, Jesús nos da su palabra y el pan de la vida, para que nuestra alegría sea completa.
Y para concluir, está aquí delante de nosotros, este icono de la representación de Jesús en el templo. Es un icono verdaderamente bello e importante. Contemplémoslo y dejémonos ayudar por esta imagen. Como todos ustedes también los protagonistas de la escena tienen su camino: María y José se pusieron en camino, yendo como peregrinos a Jerusalén, obedeciendo a la ley del Señor: y también el viejo Simeón y la profetisa Ana, también ella muy anciana, van al templo impelidos por el Espíritu Santo. La escena nos muestra este entrecruzarse de tres generaciones: el entrelazarse de tres generaciones.
Simeón toma en sus manos al niño Jesús, en quien reconoce al Mesías y Ana es representada en el gesto de alabar a Dios y anunciar la salvación a quien esperaba la redención de Israel. Estos dos ancianos representan la fe como memoria.
Y les pregunto: ¿Ustedes escuchan a los abuelos?, ¿le abren el corazón a la memoria que nos dan los abuelos? Los abuelos son la sabiduría de la familia, la sabiduría de un pueblo, y un pueblo que no escucha a los abuelos es un pueblo que muere. Hay que escuchar a los abuelos.
María y José son la familia santificada por la presencia de Jesús que es el cumplimiento de todas las promesas. Cada familia, como la de Nazaret está inserta en la historia de un pueblo y no puede existir sin las generaciones anteriores. Y por eso tenemos aquí a los abuelos, los abuelos y los niños. Los niños aprenden de los abuelos y de las generaciones anteriores.
Queridas familias, también ustedes son parte del pueblo de Dios. Caminen felices, justamente con este pueblo. Permanezcan siempre unidas a Jesús y llévenlo a todos con vuestro testimonio. Gracias por haber venido. Juntos, hagamos nuestras estas palabras de San Pedro, que os dan fuerza y continuarán dándonos fuerza en los momentos difíciles: ¿Señor, a quién iremos?¡Tú tienes palabras de vida eterna!¡Con la gracia de Cristo, vivan la alegría de la fe! ¡El Señor les bendiga y María, nuestra Madre, les proteja y acompañe!
Tomado de http://www.religionenlibertad.com -27/10/2013-
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