Los trabajos de reforma y para la reforma de la legislación española en materia de aborto están despertando la reacción visceral y aislada de los defensores del derecho al aborto. Nunca antes hablaron tan claro y se atrevieron a pronunciar con tanta nitidez la expresión derecho al aborto como está sucediendo en estos días. […].
El derecho a decidir o derecho de autodeterminación fue uno de los ejes ideológicos del Gobierno Zapatero. La reforma del Código Civil en materia de matrimonio, la reforma de la ley del divorcio y la reforma de la legislación en materia de aborto se construyeron sobre esta idea. En todos y cada uno de estos casos, se pretendió regular y proteger la soberanía de los individuos o el imperativo de su voluntad. Y se hizo desde el poder político, que, como tantas veces explicó este ex-presidente, no puede ser indiferente ni a las aspiraciones, ni a los cambios de una sociedad laica. Siempre podrá argumentarse –así lo hizo o lo siguen haciendo los defensores del derecho a decidir- que los cambios introducidos para acometer este proyecto ideológico, no son coactivos. Pero todos sabemos que cuando se legisla sobre derechos civiles individuales se generan relaciones legales de reciprocidad. La regulación legal de un derecho implica el cumplimiento de un deber respectivo. Y esto es lo que ha sucedido en materia de divorcio, aborto, matrimonio homosexual y derechos de igualdad referente a la mujer.
Esta concepción de la política se basa en el imperativo de la voluntad y en la primacía del yo. Por eso a este discurso no le sirven los argumentos legales o constitucionales. Quienes hacen del derecho de autodeterminación o derecho a decidir un derecho absoluto entienden que no hay leyes superiores, ni anteriores a las que atenerse. La Constitución española o la jurisprudencia constitucional dejan de ser una garantía para convertirse en coacción. Quienes hoy militan en estas tesis, apelan al derecho a disponer de sí mismos como expresión de una voluntad que no puede ser reprimida, puesto que se trata de un derecho real y originario o, lo que es lo mismo, de un derecho absoluto, imprescindible e irrenunciable que nace con el sujeto. Por eso, en materia de aborto, es tan importante desdibujar, hasta conseguir que desaparezca, la realidad tangible del hijo concebido. Los defensores del aborto como derecho jamás hablan del concebido y no nacido, porque de hacerlo tendrían que asumir que la libertad humana solo pude ejercerse teniendo en cuenta las múltiples vinculaciones en las que se desarrolla nuestra existencia.
Los defensores del derecho del aborto como expresión de libertad, ya sea consciente o inconscientemente, defienden una concepción individualista del ser humano y promueven una idea de libertad anárquica. Para ellos la libertad sin vínculos es la máxima expresión de la dignidad del hombre. Paradójicamente en este punto se han encontrado hoy los herederos de las viejas ideologías marxistas y liberal. Unos y otros sostienen que el derecho a decidir es la más alta manifestación del principio de autodeterminación moral en tanto que manifestación plena de libertad.
Los defensores del derecho a la vida debemos ser plenamente conscientes de que este sustrato ideológico o doctrinal es el que impregna nuestra sociedad. Ya no se trata de unas élites, sino de algo que ha sido interiorizado y a lo que urge dar una respuesta eficaz. Una sociedad en la que el ideal de vida es la desvinculación, la ausencia de deberes o la neutralización del principio de responsabilidad, y en la que los deberes de solicitud por el otro dependen única y exclusivamente de la voluntad individual, es una sociedad injusta, insolidaria y fragmentada. […].
María Teresa Compte Grau. Profesora de laUPSAM-Fundación Pablo VI
Tomado de ECCLESIA 1/6/2013
Enviado por Maximiliano de la Vega. Gracias