¡No
olvidéis a la persona! Este llamamiento que el beato Juan Pablo II realizó en
su Encíclica sobre la dignidad y valor del trabajo Laborem excersens es hoy
de total actualidad. La misma clave nos ha dado Benedicto XVI en Caritas in Veritate y otro tanto está
repitiendo continuamente el Santo Padre Francisco y es el mismo Dios el que nos
lo urge a través de sus pastores. ¡No
olvidéis a la persona! Es el grito de tantos trabajadores asfixiados por el
ritmo inhumano de tantas empresas, oficinas, trabajos, etc, cuyos horarios
impiden la vida familiar, reducen el valor del trabajador a su eficacia
productiva y se empeña en seguir llamándoles “recursos humanos”.
Si la primera clave que urge
recuperar es la de la dimensión central de la persona no es menos urgente
promover una auténtica renovación de la conciencia de cada persona dentro de la
sociedad. Sufrimos profundamente el individualismo y ahora también sus
consecuencias. De la crisis saldremos juntos o no saldremos. Ya se ha revelado
como falso el axioma consumista que se ha convertido en un auténtico principio
de vida y que dice: “Tú, preocúpate de lo tuyo, que si no nadie lo va a hacer
por ti. Que ya los demás harán lo mismo con lo suyo y al final todo irá bien”.
Esa “mano invisible” que todo lo arregla ha resultado que no existe. Se nos ha
pedido una especie de “fe” en algo invisible, que no se ve, que no entendemos y
ahora sufrimos sus consecuencias. La razón y la fe cristiana sin embargo
coinciden en que el principio de solidaridad es la clave del crecimiento social
de un pueblo. El desarrollo debe centrarse en conseguir personas que lleguen a
ser auténticas protagonistas de su vida, capaces de amar, de luchar y de
construir. Debemos defender una economía al servicio de las personas y una
economía fundamentada en la ética para que logremos un desarrollo que haga
posible la dignidad de todos. Ése es el bien común que nos hace tener en cuenta
en especial a los más débiles, marginados y empobrecidos.
Nosotros sabemos que como dice el
salmo 126 Si el Señor no construye la
casa en vano se cansan los albañiles, por eso anunciamos la Buena Noticia,
el Evangelio de Jesucristo a todos los trabajadores y especialmente a los que
sufren ahora la privación de ejercer su derecho a trabajar. A ellos y sus
familias no solamente les expresamos nuestra cercanía y ayuda sino que
sobretodo queremos proclamar su dignidad. Hermanos trabajadores en paro: en
vuestra situación seguís ocupando un lugar muy importante en vuestras familias,
en vuestros ambientes y en la sociedad entera. Dios cuenta con vosotros también
en esta situación. No perdáis la esperanza ni la dignidad en la angustia, no
dejéis de luchar con generosidad buscando medios para mejorar, no dejéis de
atender a los vuestros, de ser útiles en vuestra situación familiar.
Queridos fieles diocesanos la
solidaridad no es solamente compartir nuestra comida y dinero como tan
generosamente estamos haciendo sino que
es una manera de concebir la vida; consiste en pensar que si crece mi vecino,
mi familiar, el “otro”, crezco yo. Este principio puede inspirar renovadas
iniciativas de barrio, locales, comarcales en la que todos nos pongamos manos a
la obra y con la imaginación siempre nueva de la caridad busquemos una economía
participativa donde el otro no sea sólo un “factor de producción”, busquemos la
creación de nuevas empresas, cooperativas u otro tipo de posibilidades
laborales que nos son tan necesarias. Hagamos un esfuerzo mayor pues es mayor
la necesidad. Pensemos más en el otro para ser su ayuda y consuelo. Aprendamos
a prescindir de lo superfluo para compartir con quien no tiene ni siquiera lo
necesario. Mostremos juntos que con los criterios de Dios es posible una
sociedad mejor.
Urge que volvamos a construir la
sociedad entre todos sobre la Roca que es el proyecto que Dios ha pensado para
nosotros: Cristo, el Hijo Eterno de Dios
hecho hombre, hecho trabajador para amar con corazón de hombre y
trabajar y luchar y sufrir con nosotros y como nosotros haciendo que nuestros
trabajos, hasta los más sencillos, tengan un valor divino, eterno, para
siempre, y den fruto, también estas situaciones tan dolorosas, porque la Cruz
no tiene la última palabra, la tiene la victoria del Amor, la Resurrección. Sin
duda en esas cosas “de arriba” pensaba san José cuando entregaba alma, vida y
corazón a éstas “de abajo” pues ésta es nuestra vida cristiana: trabajar amando
intensamente con las manos y los pies en la tierra y el corazón y los ojos en
el cielo.
Os llevo siempre en mi oración y
en mi corazón de Obispo especialmente a quienes dais testimonio de fe en medio
de los trabajadores, los militantes de JOC, HOAC y la Delegación Diocesano de
Pastoral Obrera. Os animo a ser portadores de esperanza y compromiso y os bendigo
con todo mi afecto.
+ Rafael Zornoza Boy, Obispo de
Cádiz y Ceuta
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