El tema del matrimonio, que nos propone el Evangelio y la primera lectura, (se refiere a las lecturas del día) merece en este sentido una mención especial.
El mensaje de la Palabra de Dios se puede resumir en la expresión que se encuentra en el libro del Génesis y que el mismo Jesús retoma: “Por eso abandonara el varón a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán una sola carne” (Gen 1, 24; Mc 10, 7-8). ¿Qué nos dice hoy esta palabra? Pienso que nos invita a ser más conscientes de una realidad ya conocida, pero tal vez no del todo valorizada; que el matrimonio constituye en sí mismo un evangelio, una Buena Noticia para el mundo actual, en particular para el mundo secularizado.
La unión del hombre y la mujer, su ser “una sola carne” en la caridad, en el amor fecundo e indisoluble, es un signo que habla de Dios con fuerza, con una elocuencia que en nuestros días llega a ser mayor, porque, lamentablemente y por varias causas, el matrimonio, precisamente en las regiones de antigua evangelización, atraviesa una profunda crisis. Y no es casual. El matrimonio está unido a la fe, no en un sentido genérico. El matrimonio, como unión de amor fiel e indisoluble, se funda en la gracia que viene de Dios Uno y Trino, que en Cristo nos ha amado con un amor fiel hasta la cruz.
Hoy podemos percibir toda la verdad de esta afirmación, contrastándola con la dolorosa realidad de tantos matrimonios que desgraciadamente terminan mal. Hay una evidente correspondencia entre la crisis de la fe y la crisis del matrimonio. Y, como la Iglesia afirma y testimonia desde hace tiempo, el matrimonio está llamado a ser no solo objeto, sino sujeto de la nueva evangelización. Esto se realiza ya en muchas experiencias, vinculadas a comunidades y movimientos, pero se está realizando cada vez más también en el tejido de las diócesis y de las parroquias, como ha demostrado el reciente Encuentro Mundial de las Familias.
Homilía de Benedicto XVI en la misa de apertura del Sínodo de los Obispos y proclamación como doctores de la Iglesia de San Juan de Ávila y de Santa Hildegarda de Bingen. Plaza de San Pedro del Vaticano 7-10-2012. Tomado de la revista Ecclesia nº 3.644 -13 de octubre de 2012
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