Queda, pues, manifiesta esta diferencia entre el Testamento Antiguo y el Testamento Nuevo: que la ley fue escrita en aquél sobre tablas de piedra, y en éste en los mismos corazones, para que lo que en aquel causaba terror por medio de amenazas exteriores, en éste causara deleite interiormente... (San Agustín. El Espíritu y la Letra 25,42).
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