Dios concede que nos aproveche, no sólo lo que enseña la verdad, sino también lo que importuna la vanidad. Así, al refutar a la vanidad absurda, se escucha con más atención y se reconoce la verdad más pura (
San Agustín. Réplica al adversario de la Ley y los Profetas 1,51).
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