jueves, 23 de enero de 2014

LA FAMILIA QUE VIVE LA ALEGRÍA


La familia que vive la alegría. En el Salmo responsorial se encuentra esta expresión: “Que los humildes lo escuche y se alegren” (33,3). Todo este Salmo es un himno al Señor, fuente de alegría y de paz. Y ¿cuál es el motivo de esta alegría? Es este: el Señor está cerca, escucha el grito de los humildes y los libra del mal. Lo escribía también San Pablo: “Alegraos siempre […] el Señor está cerca” (Flp 4, 4-5). 

Bueno… me gustaría hacer una pregunta hoy. Pero que cada uno la lleve en su corazón, a su casa ¿eh?, como unos deberes que hay que realizar. Y que responda personalmente: ¿Qué hay de la alegría en tu familia? Bueno…dad vosotros la respuesta.

Queridas familias, vosotras lo sabéis bien: la verdadera alegría que se disfruta en la familia no es algo superficial, no procede de las cosas, de las circunstancias favorables… la verdadera alegría procede de la armonía profunda entre las personas, que todos sienten en su corazón y que nos hace sentir la belleza de estar juntos, de sostenernos mutuamente en el camino de la vida. Pero en la base de este sentimiento de alegría profunda está la presencia de Dios en la familia; está su amor acogedor, misericordioso, respetuoso con todos. Y sobre todo, un amor paciente: la paciencia es una virtud de Dios y nos enseña, en la familia, a tener este amor paciente uso con otros. Tener paciencia entre nosotros. Amor paciente. Solo Dios sabe crear la armonía de las diferencias. Si falta el amor de Dios, también la familia pierde la armonía, prevalecen los individualismos y se apaga la alegría. Por el contrario, la familia que vive la alegría de la fe la comunica espontáneamente, es sal de la tierra y luz del mundo, es levadura para toda la sociedad.

Queridas familias: vivid siempre con fe y sencillez, como la Sagrada Familia de Nazaret. ¡Que la alegría y la paz del Señor estén siempre con vosotras!


Parte de la homilía del Papa Francisco 
en la Jornada de la Familia con ocasión del 
Año de la Fe (27-10-2013)
Gracias a Maximiliano de la Vega

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