Homilía de San Bernardo abad. (Homilía 2 sobre “Missus est 1, n.17”)
Digamos algo sobre este nombre, que significa estrella del mar y conviene acertadamente a la Virgen María.
La comparación de María con una estrella no puede ser más adecuada. Porque así como la estrella emite el rayo de su luz, sin corrupción de sí, sin lesión alguna, la Virgen dio a luz a su hijo. Ni el rayo aminora la claridad de la estrelle, ni el Hijo la entereza de su Madre. Ella es, pues, aquella noble estrella nacida de Jacob, cuyos rayos iluminan al mundo entero, cuyo resplandor brilla en la alturas y desciende a los abismo.
Alumbrando también a la tierra y enardeciendo más corazones que cuerpos, fomenta virtudes y consume vicios.
Rutilante y singular estrella, exaltada por necesarias causas sobre el grande y espacioso océano, brilla con méritos y destella con ejemplos.
Tú, quienquiera que seas, que fluctúas entre borrascas y tempestades en la corriente impetuosa del siglo, no apartes los ojos del fulgor de la estrella, si no quieres hundirte en las olas.
Si se levantan vientos de tentaciones o tropiezas en escollos de grandes pruebas, mira a la estrella, invoca a María. Si te zarandean olas de orgullo o detracción y te hunden emulaciones ambiciosas, mira a la estrella, invoca a María. Si la ira, la avaricia, el deleite carnal, sacuden la navecilla de tu alma, mira a María. […]
En los peligros, en las dificultades, en las dudas, piensa en María. No se aparte de tu boca, no se aleje de tu corazón y para asegurarte la eficacia de su plegaria, no olvides los ejemplos de su vida. Siguiéndola, no te desviarás; invocándola, no te desesperarás; pensando en ella, no te equivocarás; si ella te sostiene, no caerás; si te protege, nada podrás temer; si ella te guía, no sentirás fatiga; si ella te ampara, llegarás a la meta.
Digamos algo sobre este nombre, que significa estrella del mar y conviene acertadamente a la Virgen María.
La comparación de María con una estrella no puede ser más adecuada. Porque así como la estrella emite el rayo de su luz, sin corrupción de sí, sin lesión alguna, la Virgen dio a luz a su hijo. Ni el rayo aminora la claridad de la estrelle, ni el Hijo la entereza de su Madre. Ella es, pues, aquella noble estrella nacida de Jacob, cuyos rayos iluminan al mundo entero, cuyo resplandor brilla en la alturas y desciende a los abismo.
Alumbrando también a la tierra y enardeciendo más corazones que cuerpos, fomenta virtudes y consume vicios.
Rutilante y singular estrella, exaltada por necesarias causas sobre el grande y espacioso océano, brilla con méritos y destella con ejemplos.
Tú, quienquiera que seas, que fluctúas entre borrascas y tempestades en la corriente impetuosa del siglo, no apartes los ojos del fulgor de la estrella, si no quieres hundirte en las olas.
Si se levantan vientos de tentaciones o tropiezas en escollos de grandes pruebas, mira a la estrella, invoca a María. Si te zarandean olas de orgullo o detracción y te hunden emulaciones ambiciosas, mira a la estrella, invoca a María. Si la ira, la avaricia, el deleite carnal, sacuden la navecilla de tu alma, mira a María. […]
En los peligros, en las dificultades, en las dudas, piensa en María. No se aparte de tu boca, no se aleje de tu corazón y para asegurarte la eficacia de su plegaria, no olvides los ejemplos de su vida. Siguiéndola, no te desviarás; invocándola, no te desesperarás; pensando en ella, no te equivocarás; si ella te sostiene, no caerás; si te protege, nada podrás temer; si ella te guía, no sentirás fatiga; si ella te ampara, llegarás a la meta.
Y así, tú mismo experimentarás con cuanta razón se dijo: “Y el nombre de la Virgen era María”
Compartido por Maximiliano de la Vega
Gracias
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