Es cierto, aunque más raro, que a veces conocemos antes los defectos que las buenas cualidades de aquel a quien queremos admitir a nuestra amistad, por lo que, disgustados y como dolidos, lo dejamos, sin llegar a indagar en sus buenas cualidades que tal vez estén más ocultas (San Agustín. Ochenta y tres Cuestiones 71,6)
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